31/1/11

Reglas:

1.- Lanzar el desafío: maldición o blasfemia de nivel uno o dos.
2.- Escoger lugar de la batalla (campo abierto en zona de tormenta)
3.- Escoger el arma: raqueta antigua de tenis, de las de madera.
4.- Armadura de batalla: uno o dos rollos de papel aluminio enrollados a lo largo del cuerpo, un colador de metal en la cabeza y montones de clavos tuercas y tornillos en los bolsillos (optativo).
5.- Comienzo de la batalla: desde la primera gota, en cualquier momento.
6.- Duración: hasta que uno de los rayos que no has conseguido devolver al cielo con un raquetazo sea más rápido que tu atravesándote de la cabeza a los pies, produciendo la parada repentina de tu corazón; cuando termine la tormenta o cuando se haga la hora de la merienda.
7.- Ganador: Siempre la tierra, con un tonto menos en el mundo.

12/1/11

En busca de sentido

     

    Hace un tiempo, mi alma se puso a arder. Era algo inevitable, sabía que iba a pasar tarde o temprano y aún así no estaba preparado. Sentí que no habría suficiente agua en el mundo para apagarla y cansado de sufrir por dentro, en un arranque de locura o lucidez, decidí, en cambio, que ardiera además todo mi cuerpo. Prenderle fuego.

       Desesperado, comencé a correr con locura., corrí tan rapido como me dejaban mis piernas, esperando que tarde o temprano explotarían, liberándome. Con mis musculos al rojo vivo, parece que contagiados, los pulmones y la garganta les acompañaron. Los pulmones respirando todo el aire podrido de este mundo, funcionaban como un motor interno, y la garganta escupiendo gritos incendiarios que no solo quemaban hormigones y plásticos, si no también conciencias. No queriendo quedarse atrás, poco más tarde comenzaron a brotar lágrimas de pura rabia. Quemaban tanto saliendo que supé que llegaban desde el mismo corazón de mi alma maltrecha, parecía que estuviese escupiendo pedazos del mismo infierno. Las lágrimas, llegando al suelo corroían el pavimento sin detenerse hasta que encontraban la tierra que una vez hace mucho tiempo fue superficie floreciente.

       Corrí tanto y tan deprisa que perdí de vista todo lo conocido, gritaba tanto y tan desgarrador que me dejaban paso por igual las máquinas de metal y de carne, intentando no dejar sus labores en el engranaje.
Y corriendo poseído por tal desesperanza, llegué a lo más profundo de la montaña, donde ni siquiera el miedo se atrevía a entrar. Allí, como si la tierra se compadeciera de mi suicidio de cuerpo y alma le dió sendas ordenes a la lluvia y el viento. La lluvia me limpió las lagrimas de ácido, el viento se llevó consigo mis gritos y palabras, susurrándome al oido suaves melodías traidas de bosques centenarios. Y la tierra me echó la zancadilla con sus raíces haciendo que cayera hacia su lecho, enfriándome la piel con cientos de hojas recien caídas y llenándome la boca con las gotas de agua limpia que se habían quedado en las hojas aún activas de los árboles esperando mi llegada.

       Con  el cuerpo derrotado y humeante y el alma moribunda, me habló la tierra. Hablé con ella y me lleno el alma de esperanza nueva, de renovada fuerza. Me curó las heridas de dentro y de fuera, y me dijo que ya nunca más me temiera ni la temiera.

      Me dijo que tanto yo como mis hermanos hacía largo tiempo habiamos olvidado y estabamos equivocados, que mi hogar no era unos escasos metros enrejados de hormigón y yeso y mi techo no era de teja. Que mi  verdadero hogar no tenía fin corriera donde corriera, y el único techo de mi verdadera casa eran las estrellas.


8/1/11

El sin sentido de la vida



Un día se cansó de estar en casa, cogió unas buenas zapatillas y se puso a caminar. Conoció gente, hizo amigos y amores, destrozó los caminos hasta que ya no pudo más. Una mañana, se dio cuenta de que estaba cansado de caminar hacia ningún lugar, se fue a la costa, enroló en un barco pesquero, y se puso a navegar. Viajó a las profundidades del océano, vio de cerca la muerte y combatió con grandes tempestades. Visitó lugares magníficos y extraños repletos de gentes y misterios, pero harto del salitre en la piel y la patria del mar, un día tocó tierra y no volvió a montar. Había conocido a mucha gente y estado en casi todas partes, pero cansado de no encotrar su camino, decidio ir a un lugar donde poder meditar. Largos años pasó en aquel alejado monasterio, escondido entre montañas con su nueva amiga soledad. Con ella empezó a atar cabos, y comenzó a vislumbrar aquello que muchos llamaban la verdad. Cogió sus cosas, dejó el monasterio y volvió a su hogar.

6/1/11

Ya no puedo

Ya no puedo
no me paro
cuando empiezo
me supera.
Despedaza
mi cabeza
este flujo
que no cesa
me subleva
con lo impropio
me revelo
y es lo propio.
Cuando empiezo
ya no paro
me supera
y no reparo
en el futuro
en mi cabeza
doy muy duro
contra el suelo
me levanto
y me sacudo.
Ya no cesa
el dolor
en mi cabeza
maltratada
de mil llantos
de millones
pensamientos
que me abruman
sobremanera.