8/1/11

El sin sentido de la vida



Un día se cansó de estar en casa, cogió unas buenas zapatillas y se puso a caminar. Conoció gente, hizo amigos y amores, destrozó los caminos hasta que ya no pudo más. Una mañana, se dio cuenta de que estaba cansado de caminar hacia ningún lugar, se fue a la costa, enroló en un barco pesquero, y se puso a navegar. Viajó a las profundidades del océano, vio de cerca la muerte y combatió con grandes tempestades. Visitó lugares magníficos y extraños repletos de gentes y misterios, pero harto del salitre en la piel y la patria del mar, un día tocó tierra y no volvió a montar. Había conocido a mucha gente y estado en casi todas partes, pero cansado de no encotrar su camino, decidio ir a un lugar donde poder meditar. Largos años pasó en aquel alejado monasterio, escondido entre montañas con su nueva amiga soledad. Con ella empezó a atar cabos, y comenzó a vislumbrar aquello que muchos llamaban la verdad. Cogió sus cosas, dejó el monasterio y volvió a su hogar.