Hoy, caminando por el borde del precipicio de mi humanidad desbocada, huyo con toda mi alma de la tristeza que sobre mi se cierne, más bien me escabullo, pues no escapo, y cual dios omnipresente que todo lo ve, me arrincona y oscurece hasta el sol del mediodia.
Llega sin avisar, se esconde detrás de una esquina, se pone un bello disfraz o te ataca por detrás. No hay manera de escapar.
Y en un arrebato de valentía impropia detengo la huida, torno el paso y abrazo la locura. Me embriago de amargura, me lleno de tristeza.
Es la única manera, ya me conozco la historia: eventualmente se cansa y vuelvo al camino que me lleva a mi amada esperanza.