26/2/15

Caja de latón

Cuando vi aquella caja encima de mi escritorio, supe que había dentro.
Conocía esa caja desde hace más años que muchos de mis mejores amigos, mejor que muchas de mis arrugas. Sabía de sus achaques, de sus oxidos, de sus repintados y de sus muescas. Conocía los golpes que la habían abollado dándole un aspecto mas viejo si cabe para una caja de latón heredada, pero lo que es más importante, sabía lo que había dentro. Cada uno de sus papeles con cada una de sus historias, historias que juntas contaban gran parte de la historia de mi vida, o al menos las más importantes. Las luces y las sombras, los logros y los fracasos.
Llegué hasta la mesa y acaricie sin prisa la caja, deteniéndome en el cierre que separaba físicamente de mi todos aquellos recuerdos. Pero no la abrí porque ya sabía lo que había dentro. Conocía cada palabra, cada fotografía, cada recorte de periódico. Una parte de mi quería abrirla y revisarla. Pero sabía que quien la había dejado ahí no se hubiera atrevido ni tan si quiera a desordenar su contenido.
Analicé los recuerdos escondidos en la memoria que me iban volviendo poco a poco a la cabeza y las llágrimas aparecieron sin previo aviso. Lágrimas de felicidad y dolor, de añoranza, de amor y desamor, de lucha y de derrota. Lágrimas de todo, pero transparentes.
Y ahí la dejé tras un rato, donde estaba, para volver a mi presente, esperando poder volver abrirla cualquier día con algún recuerdo futuro para hacerlo historia, mi historia.