Entró de impreviso. No sé ni cuando ni como. Como la ráfaga de viento cálido que entra por tu ventana entreabierta en una noche de verano. Fue directamente a la habitación recién saneada que había quedado vacía tiempo atrás y no me importó. El sitio le gustaba y a mi me gustaba que estuviera allí.
Y así, sin comerlo ni beberlo, sin prácticamente enterarme ni saber como había pasado, se volvió parte imprescindible de mi haber... como si fuera inconcebible su ausencia.